El día que Juan Pablo II llegó a Paraná

Se cumplen 38 años de una visita histórica que marcó para siempre a la ciudad y a sus habitantes

Por Prof. Celia Godoy | Archivo del Arzobispado de Paraná

Hace treinta y ocho años, Paraná vivió un acontecimiento inolvidable: la visita del Papa Juan Pablo II. Corría el año 1987, y cuando en diciembre del año anterior se anunció oficialmente el itinerario del Santo Padre por la Argentina, un sueño comenzó a volverse realidad. Entre los destinos elegidos, estaba confirmada nuestra ciudad, la que alguna vez fue capital de la Confederación Argentina. El tema del encuentro sería la inmigración.

¿Por qué Paraná? No hay una respuesta precisa. Lo cierto es que, tras celebrar misa en Corrientes en la mañana del jueves 9 de abril, el Papa debía estar en Buenos Aires esa misma noche. En ese contexto, el aeropuerto de Paraná aparecía como una escala ideal para una liturgia de la palabra breve, de apenas una hora. Pero en esa hora cabría el alma entera de un pueblo preparado para recibir al Vicario de Cristo en la tierra.

Desde el anuncio, comenzó un tiempo de trabajo intenso y febril. Gobernación y municipio colaboraron al máximo. Se construyeron accesos al aeropuerto, se planificaron operativos sanitarios y logísticos, se organizó cada detalle con espíritu de servicio y fe. Sin embargo, no faltaron las tensiones: una comisión nacional debía inspeccionar cada ciudad elegida para confirmar su viabilidad. La suya, en Paraná, fue el 6 de marzo. Una espera agónica por un desperfecto mecánico retrasó su llegada. Luego, vino un examen minucioso, casi implacable. Se supo entonces que, si llovía, el avión no podría aterrizar. Todo el esfuerzo podía quedar en nada.

Pero la providencia se hizo presente. Tras una fuerte tormenta dos días antes, el jueves 9 amaneció nublado, pero con promesa de mejora. Y así fue: el cielo se despejó, la temperatura se volvió amable, y Paraná se preparó para su cita con la historia.

Poco después de las 17, el avión del Papa fue avistado. Una multitud colmaba el aeropuerto. El Santo Padre descendió, saludó a las autoridades y recorrió el lugar en el papamóvil, en medio de una emoción indescriptible. Al llegar frente a la imagen de la Virgen del Rosario, se arrodilló. Y entonces, el silencio fue absoluto. La liturgia de la palabra se desarrolló según lo previsto. Pero el clima favorable permitió algunos gestos no programados: saludos cercanos desde el palco, y un momento memorable cuando el Papa hizo sonar la campana forjada especialmente para la ocasión, que hoy aún resuena en nuestra Catedral.

Cuando el avión despegó rumbo a Buenos Aires, diez minutos de fuegos artificiales coronaron una jornada irrepetible. Pero no hacían falta para festejar: la paz dejada por Juan Pablo II ya se había instalado en todos los corazones.

A 38 años de aquella tarde gloriosa, la memoria sigue viva. Y Paraná sigue recordando, agradecida, el día en que el cielo bajó a la tierra.

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