Violencia y bullying: cuando el daño no siempre se ve, pero siempre duele

En su columna para Radio Corazón, María Pía del Castillo, directora de la Fundación Padres, profundizó en las diferencias entre violencia y bullying, dos problemáticas presentes en muchas escuelas. Su llamado: hablar, intervenir y acompañar, para educar desde los vínculos y no desde el miedo.

En los últimos días, distintos hechos de agresión escolar volvieron a instalar en el debate público una pregunta clave: ¿cómo se abordan hoy los conflictos entre chicos y adolescentes? ¿Estamos frente a episodios de violencia aislada o a situaciones de bullying sistemático?

María Pía del Castillo, referente en temas de familia y directora ejecutiva de la Fundación Padres, dedicó su columna en Radio Corazón a clarificar conceptos y proponer caminos posibles. “Violencia y bullying no son lo mismo”, explicó desde el comienzo. Mientras la violencia es un acto vincular donde se sustituye la palabra por la acción —con un daño claro a la dignidad del otro—, el bullying es una forma particular de maltrato repetido, que convierte a alguien en víctima constante de un abuso de poder.

Según del Castillo, el bullying se da muchas veces en silencio, sostenido por prejuicios y diferencias visibles o invisibles: una característica física, una condición social, una identidad. Aísla, humilla, genera miedo permanente. “No se trata solo de una pelea, sino de una dinámica destructiva que afecta profundamente la autoestima y el bienestar del chico o la chica que lo padece”, señaló.

Uno de los aportes más importantes de su reflexión fue la descripción de los distintos actores del bullying: el acosador (que puede actuar solo o en grupo), los testigos (compañeros que callan por miedo o indiferencia), y los adultos (padres, docentes, directivos), que a veces no son cómplices, pero sí tolerantes o ausentes. “Necesitamos hablar de estos temas, no barrerlos debajo de la alfombra”, insistió.

Frente a estas situaciones, del Castillo propuso tres acciones claras:

  1. Hablar y educar en valores, especialmente sobre los vínculos, el respeto y la resolución de conflictos.

  2. Estimular la empatía, entendida como la capacidad de ver el mundo desde el lugar del otro.

  3. Intervenir y acompañar, buscando ayuda profesional cuando sea necesario y fortaleciendo el rol de los testigos, que muchas veces son clave para romper el ciclo de silencio.

“El bullying no es solo un problema escolar, es un problema vincular, familiar y social. Y no podemos combatirlo sin una comunidad adulta presente, que mire, escuche y actúe”, concluyó. Porque, como repite al final de cada columna: “Mejores padres, mejores hijos, mejores argentinos”.

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