Domingo de Ramos: el Rey humilde entra en Jerusalén y nos abre las puertas de la Semana Santa

Con la entrada triunfal de Jesús montado en un burrito, la Iglesia celebra el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, punto de partida de la Semana Santa. Palmas en alto y corazones abiertos para acompañar al Mesías en su camino hacia la cruz… y la gloria.

Este domingo, en parroquias y comunidades del mundo entero, los fieles levantaron ramos de olivo, palmas y la voz de la liturgia para aclamar al Rey que viene en nombre del Señor. Comienza así la Semana Santa, el tiempo más intenso del año litúrgico, donde se revive con profundidad el misterio central de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

El Domingo de Ramos es una celebración única, donde se entrelazan el júbilo y el drama. La liturgia inicia con la bendición de los ramos y la procesión, que recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén. El pueblo lo aclama como Rey, extiende sus mantos en el camino, lo acompaña con entusiasmo. Sin embargo, en la misma celebración, el Evangelio nos conduce hacia el relato de la Pasión. De la alegría a la cruz. Del “¡Hosanna!” al “¡Crucifícalo!”.

Este contraste no es casual. Es una invitación a mirar a Jesús con los ojos de la fe. Él no entra a Jerusalén con poder y violencia, sino con mansedumbre. No busca tronos de este mundo, sino entregar su vida por amor. La liturgia de este día nos sitúa frente al misterio de un Dios que se abaja, que se hace siervo, que elige el camino del sufrimiento por nuestra salvación.

Pero no se trata solo de un recuerdo histórico. El Domingo de Ramos inaugura una semana sagrada para los cristianos, un tiempo para seguir de cerca al Señor, acompañarlo en cada paso: la Última Cena, el huerto de los olivos, el juicio, la cruz, el sepulcro… hasta llegar al gran anuncio de la Pascua. Cada gesto, cada palabra de estos días, renueva en nosotros la esperanza.

La Semana Santa no es solo para observarla: es para vivirla. Participar en las celebraciones, hacer silencio interior, mirar el crucifijo con sinceridad, dejarnos tocar por el amor sin medida de Cristo. En tiempos de dolor y confusión, su cruz sigue siendo el mayor signo de consuelo y victoria.

Hoy, con ramos en nuestras manos, nos disponemos a caminar con Él. Comienza la gran semana. Que no pase como una más. Que el Rey humilde encuentre en nosotros un corazón dispuesto, fiel, entregado.